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-¡Qué tonta es no quedándose aquí! -dijo el cohete-. Estoy seguro de que no tiene
a menudo la ocasión de cultivar su mente. Sin embargo, no me importa nada; un
genio como el mío ha de apreciarse algún día, con toda seguridad.
Y se hundió un poco más en el cieno.
Al cabo de un rato llegó nadando hasta él una gran pata blanca. Tenía patas
amarillas y pies palmeados, y se la consideraba una gran belleza por su modo de
andar contoneándose.
-¡Cuac!, ¡cuac!, ¡cuac! -dijo-. ¡Qué tipo tan curioso tienes! ¿Puedo preguntarte si
es de nacimiento o es el resultado de un accidente?
-Es evidente que has vivido siempre en el campo -respondió el cohete-, de otro
modo sabrías quién soy. Sin embargo, disculpo tu ignorancia. No sería justo esperar
que los demás fueran tan extraordinarios como uno mismo. Sin duda te sorprenderá
oír que puedo subir volando al cielo y bajar en una cascada de lluvia dorada.
-No me parece nada extraordinario -dijo la pata-, pues no veo de qué le sirve eso
a nadie. Ahora bien, si supieras arar los campos, como el buey, o tirar de un carro,
como el caballo, o cuidar de las ovejas, como el perro del pastor, eso sí que sería
algo.
-¡Pero criatura -exclamó el cohete en un tono de voz muy altanero-, veo que
perteneces a las clases más bajas! Una persona de mi rango no es nunca útil. Te-
nemos ciertas dotes y eso es más que suficiente. En cuanto a mí, no tengo simpatía
por el trabajo de ninguna clase, y mucho menos por la clase de trabajos que parece
que recomiendas. A decir verdad, yo he opinado siempre que los trabajos de carga
son simplemente el refugio de la gente que no tiene otra cosa que hacer.
-Bueno, bueno -repuso la pata, que era de carácter muy pacífico, y nunca reñía
con nadie-, cada cual tiene sus gustos. Espero, de cualquier modo, que fijes tu resi-
dencia aquí.
-¡Oh, no! -exclamó el cohete-; soy solamente un visitante, un visitante distinguido.
La verdad es que encuentro este lugar bastante aburrido. Aquí no hay ni sociedad ni
soledad. De hecho, es un lugar esencialmente suburbano. Volveré probablemente a
la corte, pues sé que estoy destinado a causar sensación en el mundo.
-Yo tuve una vez pensamientos de entrar en la vida pública -observó la pata-. ¡Hay
tantas cosas que necesitan reforma! Por cierto, presidí una asamblea hace algún
tiempo, y aprobamos resoluciones condenando todo lo que no nos gustaba. Sin
embargo, no parece que hayan tenido mucho efecto. Ahora me he metido en casa,
y cuido a mi familia.
-Yo estoy hecho para la vida pública -dijo el cohete-, lo mismo que todos mis
parientes, incluso los más humildes. Siempre que aparecemos atraemos una gran
atención. Yo en realidad no he hecho todavía mi aparición, pero cuando la haga
será un espectáculo magnífico. En cuanto a meterse en casa, le hace a uno
envejecer rápidamente, y distrae la mente de cosas más altas.
-¡Ah, las cosas más altas de la vida, qué bellas son! -dijo la pata-, y eso me
recuerda qué hambre tengo.
Y se fue nadando corriente abajo, diciendo:
-¡Cuac!, ¡cuac!, ¡cuac!
-¡Vuelve, vuelve! -gritó el cohete-; tengo muchas cosas que decirte.
Pero la pata no le prestó atención.
-Me alegro que se haya ido -se dijo para sí-, tiene una mentalidad claramente de
clase media.