finalmente, todo hecho de ámbar y de alfeñique, guarnecido de telas y adornado de
brocados), no quiso ponerlos en mi rostro, no tan delicado como el de Cornelio, ni quiso
agradecer siquiera mis muchos y continuos servicios, pagando mi voluntad con desdeñarme
y aborrecerme; y a tanto llegó el estremo de amarla, que tomara por partido dichoso que me
acabara a pura fuerza de desdenes y desagradecimientos, con que no diera descubiertos,
aunque honestos, favores a Cornelio. ¡Mira, pues, si llegándose a la angustia del desdén y
aborrecimiento, la mayor y más cruel rabia de los celos, cuál estaría mi alma de dos tan
mortales pestes combatida! Disimulaban los padres de Leonisa los favores que a Cornelio
hacía, creyendo, como estaba en razón que creyesen, que atraído el mozo de su
incomparable y bellísima hermosura, la escogería por su esposa, y en ello granjearían yerno
más rico que conmigo; y bien pudiera ser, si así fuera, pero no le alcanzaran, sin arrogancia
sea dicho, de mejor condición que la mía, ni de más altos pensamientos, ni de más conocido
valor que el mío. Sucedió, pues, que, en el discurso de mi pretensión, alcancé a saber que un
día del mes pasado de mayo, que éste de hoy hace un año, tres días y cinco horas, Leonisa y
sus padres, y Cornelio y los suyos, se iban a solazar con toda su parentela y criados al jardín
de Ascanio, que está cercano a la marina, en el camino de las salinas.»
-Bien lo sé -dijo Mahamut-; pasa adelante, Ricardo, que más de cuatro días tuve en él,
cuando Dios quiso, más de cuatro buenos ratos.
-«Súpelo -replicó Ricardo-, y, al mismo instante que lo supe, me ocupó el alma una furia, una
rabia y un infierno de celos, con tanta vehemencia y rigor, que me sacó de mis sentidos,
como lo verás por lo que luego hice, que fue irme al jardín donde me dijeron que estaban, y
hallé a la más de la gente solazándose, y debajo de un nogal sentados a Cornelio y a Leonisa,
aunque desviados un poco. Cuál ellos quedaron de mi vista, no lo sé; de mí sé decir que
quedé tal con la suya, que perdí la de mis ojos, y me quedé como estatua sin voz ni
movimiento alguno. Pero no tardó mucho en despertar el enojo a la cólera, y la cólera a la
sangre del corazón, y la sangre a la ira, y la ira a las manos y a la lengua. Puesto que las manos
se ataron con el respecto, a mi parecer, debido al hermoso rostro que tenía delante, pero la
lengua rompió el silencio con estas razones: ''Contenta estarás, ¡oh enemiga mortal de mi
descanso!, en tener con tanto sosiego delante de tus ojos la causa que hará que los míos
vivan en perpetuo y doloroso llanto. Llégate, llégate, cruel, un poco más, y enrede tu yedra a
ese inútil tronco que te busca; peina o ensortija aquellos cabellos de ese tu nuevo Ganimedes,
que tibiamente te solicita. Acaba ya de entregarte a los banderizos años dese mozo en quien
contemplas, porque, perdiendo yo la esperanza de alcanzarte, acabe con ella la vida que
aborrezco. ¿Piensas, por ventura, soberbia y mal considerada doncella, que contigo sola se
han de romper y faltar las leyes y fueros que en semejantes casos en el mundo se usan?
¿Piensas, quiero decir, que este mozo, altivo por su riqueza, arrogante por su gallardía,
inexperto por su edad poca, confiado por su linaje, ha de querer, ni poder, ni saber guardar
firmeza en sus amores, ni estimar lo inestimable, ni conocer lo que conocen los maduros y
experimentados años? No lo pienses, si lo piensas, porque no tiene otra cosa buena el
mundo, sino hacer sus acciones siempre de una misma manera, porque no se engañe nadie
sino por su propia ignorancia. En los pocos años está la inconstancia mucha; en los ricos, la
soberbia; la vanidad, en los arrogantes, y en los hermosos, el desdén; y en los que todo esto
tienen, la necedad, que es madre de todo mal suceso. Y tú, ¡oh mozo!, que tan a tu salvo
piensas llevar el premio, más debido a mis buenos deseos que a los ociosos tuyos, ¿por qué
no te levantas de ese estrado de flores donde yaces y vienes a sacarme el alma, que tanto la