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Hay muchas especies de lagartos, pero sólo uno de ellos (Proctotretus
multimaculatus) tiene costumbres algo notables. Vive sobre la arena seca a orilla del
mar; sus escamas jaspeadas, morenas con manchas de colores blanco, rojo amarillento y
azul sucio, y hacen asemejarse en absoluto a la superficie circunvecina. Cuando se asusta,
se hace el muerto y permanece quieto, con las patas estiradas, el cuerpo aplastado y los
ojos cerrados; pero si le llegan a tocar, se hunde en la arena con gran rapidez. Este lagarto
tiene el cuerpo tan plano y las patas tan cortas, que no puede correr muy deprisa.
Añadiré también algunas observaciones acerca de la invernada de los animales en
esta parte de la América del Sur. Cuando llegamos a Bahía Blanca, el 7 de septiembre de
1832, nuestra primera idea fue que la naturaleza había negado toda especie de animales a
este país seco y arenoso. Sin embargo, al ahondar en el suelo encontré varios insectos,
gruesas arañas y lagartos, en un estado de semiestupor. El día 15 empezaron a aparecer
algunos animales, y el 18 (quince días antes del equinoccio) todo anunció el comienzo de
la primavera. Acederas de color de rosa, guisantes silvestres, enotéreas y geranios,
cubriéndose de flores que esmaltaron las llanuras. Las aves empezaron a poner huevos.
Numerosos insectos, lamelicornios y heterómeros, notables estos últimos por su cuerpo
tan profundamente esculpido, se arrastraban despacio por el suelo; mientras la tribu de los
lagartos, habitantes habituales de los terrenos arenosos, corría en todas direcciones.
Durante los once primeros días, cuando aún estaba dormida la naturaleza, la temperatura
media, deducida de observaciones hechas cada dos horas a bordó del Beagle, fue de 51
0
F
(10,5
0
centígrados); en el centro del día, rara vez subió el termómetro más de
12,7
0
centígrados.
Durante los otros once días siguientes, cuando todas las criaturas recobraron su
actividad, elevóse la temperatura media a 14,4
0
; y en el centro del día el termómetro
señalaba de 15,5
0
a 21,1
0
. Así, pues, un aumento de 7
0
Fahrenheit (3,9
0
centígrados) en la
temperatura media, pero un aumento más considerable del calor máximo, bastaron para
despertar todas las funciones de la vida.
En Montevideo, de donde acabábamos de salir, en los veintitrés días compren-
didos entre el 26 de julio y el 19 de agosto, la temperatura media, deducida de 276
observaciones, elevóse a 14,6
0
centígrados; la temperatura media del día más cálido fue
de 18,6° y la del día frío fue de 7,7
°
-. El punto más bajo donde descendió el termómetro
fue de 5,3
0
y subió a veces en el día hasta el de 20,5
°
- a 21,1°-. Sin embargo, a pesar de
esta elevada temperatura, casi todos los escarabajos, varios géneros de arañas,
los
limacos, los moluscos terrestres, los sapos y los lagartos estaban escondidos todos ellos
debajo de las piedras y soñolientos. Por el contrario, acabamos de ver que en Bahía
Blanca, que sólo está 4° de latitud más al sur, y donde, por consiguiente, es muy
pequeña la diferencia de clima, esa misma temperatura con un calor extremo algo
menor, basta para despertar a los seres animados, de todos los órdenes. Esto prueba
cómo el estímulo necesario para hacer salir a los animales del estado de sueño
engendrado por la invernada, se rige admirablemente por el clima ordinario del país y
no por el calor absoluto. Sabido es que entre los trópicos la soñolencia de verano de los
animales está determinada, no por la temperatura, sino por los momentos de sequía. Al
pronto quedé muy sorprendido al observar junto a Río de Janeiro, que numerosos
moluscos e insectos, bien desarrollados, que debieron de haber estado sumidos en