
31
teóricamente indiferente a qué cuerpo de referencia se refiera el movimiento. Lo cual
es, repetimos, evidente y no debemos confundirlo con la proposición, mucho más
profunda, que hemos llamado «principio de relatividad» y en la que hemos basado
nuestras consideraciones.
El principio que nosotros hemos utilizado no se limita a sostener que para la
descripción de cualquier suceso se puede elegir lo mismo el vagón que el terraplén
como cuerpo de referencia (porque también eso es evidente). Nuestro principio
afirma más bien que: si se formulan las leyes generales de la naturaleza, tal y como
resultan de la experiencia, sirviéndose
a) del terraplén como cuerpo de referencia,
b)
del vagón como cuerpo de referencia,
en ambos casos dichas leyes generales (p. ej., las leyes de la Mecánica o la ley de la
propagación de la luz en el vacío) tienen exactamente el mismo enunciado. Dicho de
otra manera: en la descripción
física
de los procesos naturales no hay ningún cuerpo
de referencia
K
o
K'
que se distinga del otro. Este último enunciado no tiene que
cumplirse necesariamente a priori, como ocurre con el primero; no está contenido en
los conceptos de «movimiento» y «cuerpo de referencia», ni puede deducirse de ellos,
sino que su verdad o falsedad depende sólo de la
experiencia.
Ahora bien, nosotros no hemos afirmado hasta ahora para nada la equivalencia de
todos
los cuerpos de referencia
K
de cara a la formulación de las leyes naturales. El camino
que hemos seguido ha sido más bien el siguiente. Partimos inicialmente del supuesto
de que existe un cuerpo de referencia
K
con un estado de movimiento respecto al
cual se cumple el principio
fundamental de Galileo: un punto material abandonado a
su suerte y alejado lo suficiente de todos los demás se mueve uniformemente y en línea
recta. Referidas a
K
(cuerpo de referencia de Galileo), las leyes de la naturaleza debían
ser lo más sencillas posible. Pero al margen de
K,
deberían ser privilegiados en este
sentido y exactamente equivalentes a
K
de cara a la formulación de las leyes de la
naturaleza todos aquellos cuerpos de referencia
K'
que ejecutan respecto
a K
un
movimiento
rectilíneo, uniforme e irrotacional: a todos estos cuerpos
de referencia se los
considera cuerpos de referencia de Galileo. La validez del principio de la relatividad
solamente la supusimos para estos cuerpos de referencia, no para otros (animados de
otros movimientos). En este sentido hablamos del principio de la relatividad
especial
o
de la teoría de la relatividad especial.
En contraposición a lo anterior entenderemos por «principio de la relatividad
general» el siguiente enunciado: todos los cuerpos de referencia K, K', etc., sea cual
fuere su estado de movimiento, son equivalentes de cara a la descripción de la
naturaleza (formulación de las leyes naturales generales). Apresurémonos a señalar, sin
embargo, que esta formulación es preciso sustituirla por otra más abstracta, por razones
que saldrán a la luz más adelante.
Una vez que la introducción del principio de la relatividad especial ha salido airosa,
tiene que ser tentador, para cualquier espíritu que aspire a la generalización, el atreverse
a dar el paso que lleva al principio de la relatividad general. Pero basta una observación
muy simple, en apariencia perfectamente verosímil, para que el intento parezca en
principio condenado al fracaso. Imagínese el lector instalado en ese famoso vagón de
tren que viaja con velocidad uniforme. Mientras el vagón mantenga su marcha
uniforme, los ocupantes no notarán para nada el movimiento del tren; lo cual
explica
asimismo que el ocupante pueda interpretar la situación en el sentido de que el vagón
está en reposo y que lo que se mueve es el terraplén, sin sentir por ello que violenta
su intuición. Y según el principio de la relatividad especial, esta interpretación está
perfectamente justificada desde el punto de vista físico.