
Sergio Abreu
DIPLOMACIA, ESTRATEGIA Y POLÍTICA – ABRIL/JUNIO 2006
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Después de cuarenta y cinco años
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, la integración latinoamericana es un
proceso al que concurren múltiples instituciones, con cobertura geográfica diversa
y diferentes objetivos. Sin desconocer los logros en diversos aspectos de las
relaciones intrarregionales, ninguno de los principales movimientos de integración
fue capaz de alcanzar sus objetivos originales
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. Estas frustraciones tienen su origen
en el voluntarismo a la hora de establecer objetivos y programas y se acentúan
con la tendencia a comparar la integración latinoamericana con la integración
europea
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. El pluralismo institucional, la diversidad de enfoques y los cambios
de rumbo que caracterizaron y caracterizan el proceso de integración en América
Latina, reflejaron y reflejan el camino posible.
La experiencia nos ofrece algunas lecciones. En primer lugar, los programas
de integración muy dilatados o resultan intrascendentes o, en la mayoría de los
casos, no han podido sostenerse
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. En segundo lugar, los compromisos
“pesados” sobre armonización o coordinación de instrumentos y políticas, han
resultado de muy difícil cumplimiento. Los programas de perfeccionamiento de
las uniones aduaneras de la CAN y del Mercosur son casos típicos pero no los
únicos
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. En tercer lugar, los avances y estancamientos en el ámbito regional
están estrechamente vinculados con la situación de las negociaciones, y los
acuerdos multilaterales y las tendencias de la economía internacional
12
.
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Tomamos como punto de partida el Tratado de Montevideo de 1960 y el primer tratado de integración
económica de Centroamérica.
8
Este proceso, fragmentado y disperso, es representativo de la realidad y diversidad de los países de la región,
de la pluralidad de estrategias de desarrollo y de los cambios que se produjeron en la región y en el contexto
internacional en el cual sus países deben insertarse.
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La situación y los avances de la integración latinoamericana no son comparables con el proceso que condujo
a la formación de la Unión Europea. La integración europea no puede explicarse sin la Segunda Guerra
Mundial, sin el Plan Marshall y sin el valor estratégico que tuvo Europa para los Estados Unidos en el período
inicial de la guerra “fría”. La propia teoría de las uniones aduaneras se desarrolló inicialmente para analizar,
evaluar y fundamentar la formación del mercado común en Europa. Los incentivos históricos, políticos y
económicos que sustentaron la formación de la Unión Europea, no tienen paralelo en América Latina.
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La formación de la zona de libre comercio de la Alalc, las sucesivas mutaciones del Grupo Andino y los
cronogramas de decisiones del Mercosur son casos ilustrativos.
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Desde 1964 y 1965 la Alalc incursionó en un programa ambicioso de coordinación y armonización de
instrumentos, que fue aplicado también por el Grupo Andino, y en algunas materias fue continuado por la
Aladi. No obstante, al llegar a la etapa de decisiones que implicaban compromisos de modificación de normas
por parte de los países miembros, la mayoría de los proyectos se estancó, o las decisiones adoptadas por los
órganos regionales no fueron aplicadas en la práctica.
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Las obligaciones asumidas por los países de la región en el Gatt, el Consejo de Cooperación Aduanera y luego
en la OMC y la OMA presionaron hacia la adopción de medidas de armonización y modernización de los
instrumentos de comercio exterior en la región. Los avances y estancamientos en las negociaciones multilaterales
incidieron e inciden en las negociaciones sobre comercio, tanto dentro de la región, como con terceros países.